La Iglesia ocupó un lugar destacado en las instituciones de la Edad Media. Fue la guía espiritual de la época. A pesar de su importancia, no pudo mantenerse al margen del sistema vigente: ella también se “feudalízó, proceso que le originó diversos dificultades. Sus altas jerarquías recibían feudos de manos de los señores nobles o del emperador. Esto implicaba que debían rendir juramento de fidelidad y convertirse en vasallos de personas ajenas a la Iglesia. Era corriente entonces que el emperador o los señores feudales nombraran obispos y párrocos, y les otorgaran los bienes temporales tanto como los espirituales. Esto originó una des-centralización eclesiástica.
A estos problemas internos se sumó una serie de conflictos y controversias con el alto clero de Bizancio. La Iglesia de Oriente tomó el nombre de ortodoxa y desconoció fa autoridad del Papa. Estos hechos sellaron la ruptura, es decir el Cisma de Oriente, la separación definitiva de la Iglesia de Bizancio y la Iglesia romana.
Del seno de la Iglesia Católica surgió entonces un movimiento reformador que tuvo como objetivos principales poner fin a la intromisión del poder laico en los asuntos religiosos y mejorar el clima espiritual del momento. Las reformas fueron impulsadas por el Papado y por el clero regular.
El vigor de las órdenes monásticas: En el siglo X surgieron con gran vigor nuevos órdenes monásticas, que intentaron luchar contra los males que aquejaban a la Iglesia. Desde los monasterios se predicaba el renunciamiento a las vanidades del mundo como una de las condiciones para salvar el alma.
La reforma de los conventos partió de Francia. El 11 de noviembre del año 910, el duque de Aquitania, conocido como Guillermo el Piadoso, fundó un monasterio en la localidad de Cluny y lo puso bajo la protección directa del Papa, sustraiéndola de la autoridad del obispo local. Se formó entonces una orden religiosa, la cluniacense, que observaba con mucho cuidado a regla de San Benito:
la combinación del trabajo manual con la oración, la recitación de los Salmos, el respeto por el silencio y la confesión pública de los pecados.
La orden cluniacense comenzó a condenar en forma sistemática ¡a vinculación entre Iglesia-Estado; especialmente en referencia a la situación en Alemania, donde los obispos eran “semifuncionarios” del emperador. Para los monjes de Cluny, la función más importante que tenía que cumplir la Iglesia en la Tierra era la salvación del alma y para ello necesitaba estar libre de la intromisión estatal. Se debía terminar con la compraventa de cargos eclesiásticos. Desde Cluny surgió entonces la idea de que el poder laico debía estar subordinado al poder moral de los eclesiásticos.
La actividad que esta orden desarrolló rehabilitó el espíritu religioso en la opinión pública. De esta orden surgieron muchos clérigos notables, como Hildebrando que luego se convirtió en el papa Gregorio VII. (Ver Reformas Eclesiásticas de Gregorio VII)
En el siglo XI surgió otro movimiento reformista en Cister, bosque de Francia, en donde el abad Roberto con algunos de sus religiosos se instalaron para fundar un monasterio. Aplicaron también con respeto las reglas de San Benito. Desde allí se desarrollé una orden religiosa de tal magnitud que no tardó en hacerse célebre. Los monjes cistercienses tomaron el nombre de Bernardo, en honor de uno de sus clérigos más destacados, San Bernardo. La influencia de Cister y Cluny no se limite al ámbito religioso; también fueron los creadores de estilos arquitectónicos propios.
El movimiento monástico no se detuvo. En los siglos posteriores surgieron nuevas órdenes, como los franciscanos y los dominicos.
A comienzos del siglo XIII un religioso italiano, San Francisco de Asís, fundó la orden de los Frailes Menores, luego llamada franciscanos. Predicó dos virtudes primordiales: la fe y la caridad, a través del ejemplo de una vida humilde, y con la renuncia a las riquezas que le brindaba su familia. La orden franciscana fue muy popular y se convirtió en una de las más fecundas instituciones del catolicismo.
En el mismo siglo Santo Domingo de Guzmán fundó la orden de los Predicadores, considerada como una de las más importantes órdenes mendicantes.
El objetivo de Santo Domingo fue la necesidad de combatir la herejía (desviación de la interpretación del dogma católico, no sólo con la palabra sino con la conducta y las obras. Los dominicos renunciaban a los bienes terrenales, concebían el estudio como una forma esencial para concretar sus aspiraciones religiosas: sus claustros fueron verdaderos aulas de ciencias. Los monasterios se convirtieron de esta manera en centros importantísimos de la vida en esa época.
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